Cómo una ordeñadora dio a Edward Jenner la clave para descubrir la vacuna contra la viruela

La viruela fue uno de los más grandes flagelos de la humanidad. Se estima que 300 millones de personas murieron a causa de la viruela en el siglo XX solamente.

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La virulenta enfermedad, que mata a un tercio de los que infecta, ha coexistido con los seres humanos durante miles de años. Quienes se salvaban quedaban con profundas marcas en la tez. La viruela también causaba ceguera. A medida que la población mundial crecía y los viajes aumentaban, el virus aprovechaba cada oportunidad para colonizar el mundo.

Por todas partes

La primera evidencia física de la viruela son los rastros de la erupción de pústulas en el cuerpo momificado del faraón Ramsés V de Egipto, que murió en 1157 aC

Los comerciantes llevaron la enfermedad de Egipto a India durante el primer milenio antes de Cristo. Desde allí pasó a arrasar en China en el siglo I dC y llegó a Japón en el siglo VI. Los cruzados que regresaban proporcionaron una manera de que la viruela se extendiera por Europa en los siglos XI y XII. La viruela fue particularmente exitosa en poblaciones originarias. Los españoles deben gran parte de su éxito en la conquista en el siglo XVI de los aztecas en México y los incas en Perú a la viruela.

A diferencia de los conquistadores, los indígenas no tenían inmunidad a la enfermedad, nunca antes la habían encontrado y un gran número de ellos perecieron. Un siglo después, las poblaciones indígenas que vivían más en lo que luego sería Estados Unidos y Canadá sufrieron una devastación similar. En el siglo XVIII la viruela diezmó a los aborígenes cuando llegó a Australia, la última esquina del mundo que hasta entonces se había escapado de sus estragos.

El método anterior a la vacuna

No sorprende que se hubieran tratado de encontrar maneras de prevenir la enfermedad. En China crearon un tratamiento conocido como variolización hace unos mil años, que luego se extendió hacia occidente llegando a varios países de Medio Oriente y África.

Había varias versiones pero la idea era la misma: darle una dosis del virus a una persona sana con la esperanza de que enfermara levemente y se inmunizara.

En algunos lugares, le ponían a los sanos ropa de enfermos, impregnada con pus. Otros soplaban por la nariz pedazos de las costras de las pústulas de los enfermos a personas sanas. En lugares como Turquía, hacían una incisión en la piel de la persona que quería prevenir la enfermedad y le echaban directamente la materia que emanaba de las llagas de los enfermos. Ese fue el método que aprendió la esposa del embajador de Inglaterra en Constantinopla, Lady Mary Wortley Montague y lo llevó a Gran Bretaña en 1720. Así se extendió por toda Europa.

Aunque la variolización salvó muchas vidas, el problema era que la persona se podía enfermar gravemente si el pus que inoculaban era de una pústula joven, propagando aún más al enfermedad. Además, como era de humano a humano, con la variolización podían transmitirse otras enfermedades, como sífilis.

Lo que dijo la ordeñadora

Fue en ese mismo siglo en el que la viruela llegó a Australia y la variolización a Europa que un practicante de medicina en la Inglaterra rural encontró la senda que lo llevaría a la cura para esa enfermedad que mataba más que todo a niños.

Cuando estaba haciendo sus prácticas médicas lejos de su hogar, Edward Jenner (1749-1823) atendió a una chica que lo consultó sobre unos granos que tenía en la piel.

Ella trabajaba como ordeñadora y le dijo casualmente: “Sé que no es viruela pues ya me dio viruela bovina”. Sarah se había contagiado de viruela bovina ordeñando a su vaca Blossom. Esas pocas palabras hicieron que Jenner recordara que en la región de la que él venía también se decía que quienes contraían viruela bovina al ordeñar vacas quedaban inmunes a la viruela. La viruela bovina no era grave: nadie moría de eso.

Un comentario casual de una campesina llevó a Edward Jenner a experimentar y encontrar la vacuna contra la viruela.

James, Sarah y Blossom

En 1775, Jenner empezó un minucioso estudio sobre la relación entre la viruela bovina y la de humanos. Después de experimentar con animales descubrió que si tomaba un extracto de una llaga de viruela bovina y se la inyectaba a un ser humano, esa persona quedaba protegida contra la viruela.

En 1796, inoculó a su primer paciente humano, James Phipps, un niño de 8 años, con materia tomada de la mano de una ordeñadora llamada Sarah Nelmes a quien su vaca Blossom la había contagiado de viruela bovina.

James contrajo viruela bovina. Unos días después, inoculó al niño con gérmenes de viruela. Como anticipó, el niño no se enfermó de la versión humana de viruela. La inoculación con el virus de viruela bovina había producido un grado de protección definitivo contra la viruela.

En 1797 presentó el estudio ante la Royal Society describiendo su experimento. Jenner no podía explicar la razón por la que el método era efectivo, pues aún no se podía ver el virus con los microscopios de la época.

La respuesta de los científicos fue que sus ideas eran demasiado revolucionarias y que necesitaba presentar más pruebas.

No hay problema

Impávido, Jenner experimentó con varios otros niños, incluyendo su propio hijo de 11 me-ses. En 1798 publicó su investigación, en la que acuñó el término “vacuna”, del latín vacca (vaca). Lo que vino no fue gloria sino burlas.

Sus críticos, especialmente el clérigo, denunciaron que era repugnante e impío inocular a alguien con material de un animal enfermo. Una caricatura satírica de 1802 muestra al doctor Edward Jenner en el hospital de St Pancras de Londres e ilustra el miedo y el escepticismo inicial de muchos sobre la perspectiva de ser inoculados con viruela bovina para protegerse de una enfermedad mucho más seria.

En la caricatura se ve gente a la que le salen vacas del cuerpo.

No obstante, las ventajas obvias de la vacunación y la protección que proveía ganó la partida y la práctica se generalizó.

Los “vacunadores” vencen a los críticos.

Y también sobre eso hubo una caricatura, en la que se ve a Jenner como el “Preservador de la raza humana” y a sus detractores vencidos.

El principio de la vacuna de Jenner es el mismo de hoy en día, aunque el método es más simple y efectivo.

El doctor más famoso del mundo

Jenner escribió un libro sobre su descubrimiento. Doctores de todo el mundo estaban interesados y Jenner les mandó muestras de la vacuna.

Se volvió tremendamente famoso. Reyes y emperadores le mandaban regalos; el Parlamento británico le dio una suma de dinero para agradecerle por su trabajo. Aunque se volvió rico, siguió su vida tranquila en la misma casa de siempre en Berkeley y continuó trabajando como médico rural, atendiendo a ricos y pobres.

A los últimos, los vacunaba gratis en una cabaña pequeña que tenía en su jardín. En un sólo día, en 1800, vacunó a casi 200 personas.

Durante la guerra entre Gran Bretaña y Francia, Jenner le pidió al emperador Napoleón que liberara a algunos prisioneros… y Napoleón lo hizo, diciendo que no le podía negar nada a Jenner.

Era todo un héroe. Cuando murió en 1823, uno de sus amigos dijo que nunca había conocido a “un hombre con un corazón más cálido”.

La viruela sobrevivió por muchos años después de la muerte de Jenner. La vacuna fue mejorada por científicos como Louis Pasteur. Una campaña mundial de vacunación redujo año tras año los casos hasta que en 1980 la Organización Mundial de la Salud declaró que el mundo estaba libre de viruela.

Fuente: REC